29.4.11

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Todas las sensaciones de este cuerpo
por un tiempo y espacio,
y el modo de encauzar tantas visiones
sin perder estos ojos,
me convierten en símbolo de mí
—de mi esencia mostrada—
en carne temblorosa de una estatua
que me voy descubriendo, poco a poco,
en mi propio retrato progresivo
dibujado de pronto en el espejo.



El mismo que recibe su mirada
con la caricatura
de un cómplice abandono.
El que inventa
las arrugas futuras en un rostro
que creyó transcurrido en negativo.

Te tocas,
y te encuentras primero con el frío,
con la piel del cristal.

Tú estás adentro,
al fondo de esa imagen: impaciente
por saberte presente en el deseo,
a pesar del azar de la memoria.







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